Hace un tiempo llegaron tres gatitos a mi casa.
Ahora que crecieron, ¿cuándo debería decirles que son adoptados?
Pueden ver más fotos de los gatitos en Flickr
Hace un tiempo llegaron tres gatitos a mi casa.
Ahora que crecieron, ¿cuándo debería decirles que son adoptados?
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– ¡Dios! ¿Qué voy a hacer esta noche para cenar? -me pregunto (Dios nunca me contesta a esos interrogantes), mientras abro con desperación el freezer.
– Mmm, qué mal suena eso -comenta Hija Mayor, estudiando en la mesa de la cocina.
– Peor estoy yo que tengo que cocinar -me lamento. ¡Oia! Acá hay pizzetas para preparar. ¿Podría hacerlas. no?
– Si no queda otra…
– Lo voy a tomar como un: ¡Sí, mami! Me muero por comer pizzetas. ¡Gracias por hacerme mi comida favorita!
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Hora de la cena. Bajo a la cocina, salgo al patio, saco un puñado de comida de la bolsa «Deliciosas piedritas caninas». La pongo en el comedero y la perra y el gato se precipitan sobre ellas.
Aparto al gato, saco otro puñado de la bolsa «Exquisitas piedritas felinas», se lo pongo en el comedero y el gato se come su cena.
¿Y ahora, qué más? Dios mío, ¡cuándo llegará el día en que pueda sacar sendos puñados de la bolsa «Piedritas GOURMET para hijas»!
(Con ellas estaría dispuesta a gastar un poco más)…
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Hace unos meses tuve un dilema de aquellos que ojalá se presentasen más seguido. Tenía puntos en la tarjeta para canjear por pasajes aéreos antes de que vencieran. ¿Dónde ir? ¿Qué hacer? En un previsible final feliz, Hija Menor y yo nos tomamos un avión a Bariloche.
Nos alojamos en un hotel a orillas del Lago Nahuel Huapi. Me habían dicho que en mayo y junio llovía mucho y no nos sorpendió el mal tiempo.
El hotel estaba a orillas del Lago Nahuel Huapi. Podíamos verlo desde el dormitorio y el living. Por un camino de piedras se podía bajar hasta el lago.
El lago permaneció inmutable durante el debut del equipo argentino en el Mundial.
Decidimos ir a Bariloche porque Hija Menor quería conocer la nieve. Todavía no había nevado en la ciudad, así que subimos al Cerro Catedral. Nos tocó un día con temperaturas bajo cero…
Cuando salimos del refugio, nevaba y el viento hacía que la nieve golpeara y encegueciera. No teníamos ropa térmica y descubrí que mi vestimenta usual, por más que tuviera puesto todo junto, no alcanzaba. Junté algo de nieve que nos arrojamos durante unos segundos. Solo los necesarios como para que Hija Menor no me pudiera reprochar durante el resto de su vida que no la dejé hacer una batalla de bolas de nieve.
Huí raudamente hacia el refugio, donde todavía hacía demasiado frío para mi gusto. Después de un rato, bajamos y buscamos un lugar donde calentarnos. En la base del cerro llovía intensamente, pero encontramos una casa de té donde tomamos chocolate caliente hasta que nos pasaron a buscar.
Al día siguiente, navegamos en el Victoria Andina por el lago Nahuel Huapi. No podíamos dejar de ir al Bosque de Arrayanes y ver la Casa de Bambi (la leyenda dice que Walt Disney se inspiró en ese lugar para crear el bosque de Bambi)
En el barco nos dijeron que el lago refleja los colores del ambiente.
Un tono de verde por la vegetación de la Isla Victoria
Último día en el cerro Otto. Antes de ir al aeropuerto, almorzamos en la confitería giratoria. El sector de las mesas da una vuelta completa cada veinte minutos mostrando este paisaje.
Finalmente, la vuelta. Cargando las piedras que Hija Menor había recogido de la orilla del lago y variadas formas de chocolate: trufas, en rama, noventa por ciento de cacao, figuras de ositos…
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A pesar de mi indiferencia hacia los animales no humanos, demasiados gatos, perros, jerbos y canarios se han cruzado en mi vida. Al principio de los tiempos, cuando Hija Mayor era una niña, quería tener una mascota y ante mi negativa, terminamos negociando con un canario (Ringo Star, siempre estarás en nuestro recuerdo…).
Unos años después aparecieron una serie de jerbos. Más adelante, mi (ex) cónyuge, que adora los perros, venció mi resistencia de los últimos quince años y compró una schnauzer mini. Cuando nos divorciamos la tenencia de la perra me fue adjudicada en forma automática. Al principio la veía como otro de los problemas que me había dejado el divorcio, pero con el tiempo terminó siendo una especie de media hija más. Con la indudable ventaja de que cuando te molesta, la echás sin preocuparte del trauma que le puedas causar.
El úlimo Jueves Santo, paseando por el Parque Centenario, nos cruzamos con una chica que había encontrado una caja con cuatro o cinco gatitos abandonados. Tenían pocos días y todavía tenían los ojos cerrados. Estaba tratando de que alguien se los llevara y me conmovió su desesperación. Terminamos llevándonos al más chiquito. Estuvimos toda Semana Santa alimentando al gatito con leche especial y una jeringa. Lo llevamos al veterinario y lo manteníamos con una bolsa de agua caliente. Sin embargo, la madrugada del lunes se pescó una infección respiratoria, mi hija lo vio mal, lo llevamos a una guardia a las tres de la mañana y falleció a las siete.
Aunque sabíamos que el gatito tenía pocas posibilidades de sobrevida cuando lo adoptamos, su muerte fue traumática para mis hijas, así que impusimos una nueva regla: «Nada de gatos lactantes». O dicho de otra manera, solo gatos con alta probabilidad de sobrevida.
Y así fue como, hace unos días llegó a casa Gato Genérico. Hace tan poco que lo tenemos que todavía no tiene nombre. Un amigo de Hija Mayor lo encontró en la calle, cariñoso pero esquelético y no teniendo más lugar en la casa entre sus gatos, perros y cacatúas, nos lo ofreció.
Gato Genérico llegó a mi casa, la exploró, peleándose varias veces con mi perra durante el proceso y se dirigió la cama de Hija Mayor, quien lo acogió con gusto. Pero, ¡ay! no todos somos tan amantes de las mascotas. Cuando entró en mi habitación y se subió a mi silla, en forma firme le dije «NO, esa es MI silla» y lo bajé. Se volvió a subir y lo bajé. Se volvió a subir y lo bajé. Se volvió a subir y lo bajé. Terminé por pensar que de todos modos, solo era la silla donde apoyo la ropa. Le puse una toalla vieja y lo dejé ahí.
Sin embargo, al parecer, la silla no era el objetivo final de Gato Genérico.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Lo devolví por enésima vez a la silla y le dije: «¿No te podés quedar en TU silla?
Hija Mayor, que había escuchado todo el espisodio desde su cuarto, me replica divertida: «¿Desde cuando es SU silla?
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Después de un intenso episodio de búsqueda contrarreloj, los libros que Hija Menor tenía que devolver a la biblioteca, parecían haber pasado a la Dimensión Desconocida. ¿Dónde los había dejado? Su única respuesta era Ni idea, hasta que entre mis gritos y amenazas recordó adónde estaban.
Con los libros en la mano le dije sarcásticamente: Ahora te quiero más. ¡Uy! Tantos años leyendo la Ser Padres, para atacar de esa manera la delicada psique de una niña… Por lo cual agregué: Querer te quiero siempre, digamos que ahora me caés más simpática 🙂
Hija Menor me mira y responde: Ya sé que me querés siempre. A veces me querés y otras me querés matar.
¡Qué suerte que lo haya entendido!
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