
Hace unos días estuve viendo una entrevista extraordinaria al Dr Reinaldo Chacón. Probablemente, Chacón sea el oncólogo más respetado de la Argentina y escuchándolo hablar no es difícil imaginar las razones.
Último aviso para cancerofóbicos: dejen ya de leer este post. Fin del aviso.
Continúo. Verlo a Chacón me hizo recordar a una paciente de muchos años atrás. Para ese entonces, yo trabajaba en un centro de atención primaria que funcionaba en un chalet del conurbano. Julia me veía cada tanto para su control anual. En una de esas visitas me comentó que sentía dolor en las mamas. No sé que me llevó a pedirle una mamogafía. A los treinta y siete años, no llegaba a la edad recomendada para iniciar el rastreo de cáncer de mama. Además de que el dolor de mamas no suele significar nada más que la molestia en sí.
El caso es que me trajo la mamografía que le pedí una mamografía. Me la trajo y se veía una imagen dudosa en una de las mamas. Creo recordar que el radiólogo sugería una biopsia de la zona, por lo que la derivé a un especialista en Patología Mamaria en otro centro.
Al tiempo, volvió para contarme que el mastólogo le había hecho más estudios de imágenes sobre esa zona, que no se tocaba ni se veía por ecografía, y le había dicho que solo correspondía seguir controlándola. Todo hubiera seguido así, si no fuera porque, inesperadamente, Julia tuvo una falla ovárica prematura y dejó de menstruar. Al haber quedado en menopausia a los treinta y siete años, era necesario iniciar una terapia hormonal. Las hormonas femeninas no provocan cáncer de mama, pero si existe pueden promoverlo. Por eso, es de rutina asegurarse que no exista ningún problema previo de las mamas antes de iniciar el tratamiento. Le mandé una nota al mastólogo para que definiera el tema.
Al tiempo, Julia volvió con la noticia de que le habían hecho una biopsia y que la zona sospechosa había resultado ser un cáncer. Sin embargo, eso no era lo peor. El informe también decía que de los ganglios extraídos en el vaciamiento axilar, había diez que ya tenían metástasis. Julia había recibido la noticia con aparente calma y enorme ecuanimidad. Pidió una segunda opinión al Dr Chacón (por eso al verlo en la entrevista, me acordé de ella). Volvió de la consulta con Chacón encantada con él. Me dijo que «le explicó todo» y que, aunque había esperanzas con el tratamiento, el pronóstico era bastante desalentador. Julia, tenía dos hijos chicos, creo que todavía en el jardín de infantes. Ese día se despidió diciéndome: «Solo quiero poder vivir unos años más, hasta que mis hijos sean un poco más grandes».
Su caso nos movilizó muchísimo. Era joven, tenía hijos chiquitos, nos identificábamos con ella… Durante el año siguiente, cada vez que la veíamos, nos conmovía al punto de costarnos contener el llanto.
Un día dejó de venir. Claro que al principio no me di cuenta, pero a medida que fue pasando el tiempo y no la vimos más, asumí que había pasado lo peor. Durante los cuatro o cinco años siguientes, cada vez que me acordé de ella, me respondí con la historia que había construído. En mi imaginación, Julia había hecho la quimio y el cáncer había remitido un tiempo. Después habría recidivado y fue empeorando cada vez más hasta que falleció.
Una mañana en el consultorio, recibí la historia clínica de Julia Médici. Mi primera reacción fue: ¡No puede ser ella! Al llamarla, seguía pensando que me había equivocado de paciente, quizás era otra con el mismo nombre…Pero para mi sorpresa, resultó ser la misma Julia de siempre.
Le dije: Hola, ¿cómo estás? Hacía mucho tiempo que no te veía. Mi verdadera pregunta era: ¿Cómo? ¿No era que estabas muerta?, pero hay preguntas que no se pueden hacer 🙂
Julia me respondió, despreocupada: Lo que pasa es que había cambiado de trabajo y tuve otra cobertura médica. Ahora estoy otra vez de vendedora y volví a tener la obra social de los empleados de comercio.
No era imposible que Julia cayera del «lado bueno» de las estadísticas, pero parecía tan poco probable que no lo había considerado. Un tiempo después me fui de ese consultorio y no supe más sobre ella.