Archivo de la categoría: Ser mujer

Maridaje II

Segunda parte: Salta

Cachi 

Ana y yo en las Salinas Grandes

Ruinas de Tastil

Camino a Cachi

Más fotos de Salta y Jujuy

Ya contaba con la respuesta perfecta a la pregunta de adónde estaba mi marido. Sin embargo, en Buenos Aires a nadie parece preocuparle el tema por lo que no tuve oportunidad de usarla.

Unos meses más tarde viajé con mi amiga Ana . Pasamos unos imborrables cuatro días recorriendo Salta y parte de Jujuy, hasta que nos tocó volver y llamamos un taxi para ir al aeropuerto.

Detesto a los taxistas que te hablan todo el tiempo y justamente eso fue lo que nos tocó. Comenzó señalándonos algunos puntos turísticos, después nos preguntó qué lugares habíamos visitado,  luego nos hizo una sinopsis de su vida y finalmente nos preguntó desconcertado:

– ¿Y cómo fue que sus maridos las dejaron viajar acá solas?

Fue solo un instante. Creo que ni nos miramos. Probablemente nos hayamos comunicado telepáticamente, pero Ana y yo comenzamos a reírnos y a explicarle al taxista que:  ¿Por qué no? Nuestros maridos nos adoran. Saben perfectamente las joyas que tienen en casa y harían cualquier cosa con tal de hacernos felices.

Esperábamos que se diera cuenta de que era una broma pero, aunque el taxista se rió con nosotras, nos dimos cuenta de que lo había tomado en serio cuando nos dijo que a la vuelta nos íbamos a encontrar con la pila de platos sucios de los últimos días. Nada que ver, contestó Ana. Yo, a mi marido lo tengo muy bien educado.
Al despedirse, nos comenta pensativo: Yo no sé si dejaría a mi mujer viajar sola…

Seguramente esa noche le dijo a su esposa: Los porteños están todos locos. Hoy llevé a dos mujeres que plantaron a sus maridos para irse de viaje.
Y ellos se lo permitieron.

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Maridaje

Primera parte: Ecuador

Centro histórico de Cuenca

Mono ladrón en la selva amazónia

Parque Nacional Cajas

Más fotos acá

Durante mi viaje a Ecuador, desperté la curiosidad de los locales de un modo que no había previsto. Al verme sin compañía, a varios les interesó saber si viajaba sola. Ante mi respuesta afirmativa, algunos decían admirar mi actitud. No creía que fueran del todo sinceros, pero si era una mentira piadosa, la prefería a que me preguntaran: ¿Y su marido?

Nunca supe cómo responder a eso. Una o dos veces aclaré «mi ex marido», pero sentía que estaba explicando demasiado. ¿O muy poco? ¿Debería incluír una breve sinopsis de las causas de mi divorcio, la negativa de mi ex (cuando todavía era actual) a viajar y las razones por las cuales me largué a turistear luego de separarme?

Probablemente de esa manera se entendiera mejor que hacía sola a cinco mil kilómetros de mi casa. Pero, ¿qué era en realidad lo que me estaban preguntando? ¿Realmente esperaban una confesión íntima?
Otras veces, mi respuesta me limitó a murmurar «en Buenos Aires», dejando que mi interlocutor resolviera por su cuenta el misterio de por qué mi marido se había quedado en la Argentina mientras su amada esposa hacía turismo por el trópico.

Seguí sin saber qué decir en esos casos hasta que a la vuelta, una amiga me dio la respuesta perfecta:
– Decí que sos viuda.
– Eso es genial. Quedás bien y de paso conseguís que el otro se arrepienta de haberte preguntado.
– De paso podés agregar: «Ya hace cinco años. Hice este viaje porque la psicóloga me dijo que ya es hora de que empiece a hacer cosas por mí misma». Para que no crean que enterraste a tu marido y te fuiste de vacaciones.

-¡Eso es lo que tendría que haber contestado! ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?

Ya tenía la respuesta perfecta. Ahora solo me faltaba que alguien me hiciera la pregunta.

Continuará…

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No te lo pongas

Para el Día de la Madre, mis hijas me regalaron un asesoramiento en colorimetría. En realidad, el padre les proporcionó una suma determinada y dejaron la elección del presente que simbolizaría todo el amor que me tienen en mis manos. Y bueno, no iba a elegir una plancha. Entre otras cosas, porque si la tuviera no sabría qué hacer con ella. Así que preferí ver a una asesora de imagen para que me dijera qué colores debía usar y cuáles no.

Pasé una hora muy entretenida con la asesora e Hija Mayor, que también quiso hacer la suya, determinando mi paleta de colores. (Por si se morían por saberlo, soy otoño oscuro). El problema con estas cosas es que son un camino de ida. Una vez aprendido qué colores me favorecían, ¿podía ignorar qué corte de vestido, qué tipo de escote o qué largo de falda debía usar? Por supuesto que no….

Así fue como, la semana siguiente, me encontraba tomando apuntes en mi clase de Imagen Personal I. Fernanda, la versón más cercana de Trinny o Susannah que se puede conseguir en Buenos Aires, nos decía:

– Antes de ver cada tipo de cuerpo en particular, les voy a mostrar lo que nos queda bien a todas. (Ustedes también pueden tomar nota)

  • Pantalón recto tiro medio.
  • Escote en V.
  • Prenda superior sobre prenda inferior a primera cadera.
  • Zapatos con taco y empeine despejado.
  • Falda evasé o en A.
  • Largo Chanel.

– ¿Cómo es el largo Chanel? -interrumpo.
– Hasta donde termina la rodilla.
– ¡Pero eso a mí no me queda bien! Yo uso todo mucho más corto.
Fernanda se queda mirándome.
– ¿Por qué? ¿Vos pensás que yo no puedo usar una minifalda?
– Y… después de los veintiocho o treinta no es lo que conviene. (Uy, uy, uy. Si es así seguí de largo muchos años). Después de esa edad, tenemos una línea bastante estrecha en la cual movernos. Si nos vestimos con ropa de chicas más jóvenes, quedamos mal porque parece que nos queremos hacer las nenas. Si nos ponemos algo muy clásico, nos agregamos años.  ¿Una mini para vos? No sé -continúa. Por ahí, en una ocasión especial y como único foco de atención…
Su cara me dice que, aún así, le parece una pésima idea, pero…
– Mirá, la próxima clase traelasy las vemos.

A la clase siguiente estaba sacando de una bolsa mis cuatro polleras favoritas. Una quinta falda, una mini de jean, había quedado en la bolsa con la ropa «para regalar».  Para ser sincera, yo mismo llevaba un tiempo dudando sobre si podía seguir usándola y solo bastó un breve examen para decidir que NO.

La primera en ser mostrada fue mi adorada mini violeta. Apenas terminé de apoyarla sobre mi cadera, escuché un NO. ¿Y la negra? Tampoco.

– Estas dos me parecen largas -dije, señalando las últimas.
– Le parecen largas… -repitió Fernanda, dirigiéndose a mis compañeras.

Les adelanto el final. Enterré todo lo que fuera más arriba de mis rodillas en lo más profundo del cajón. Aunque rec0nozco me daba cuenta de que no me quedaba tan bien como antes, todavía no me resigno del todo. Probablemente debería pasarlo a la bolsa de donaciones para Caritas. Lo haré en cuanto concluya el duelo. Mientras tanto me visto mucho mejor. Ese era el objetivo y debería hacerme feliz.

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No trolls, no cybersex

Cada tanto, a mi hija mayor le gusta conectarse a algún programa de chateo  al azar. Su idea es pasar un buen momento, charlando con gente de todo el mundo.  Para no dejar dudas sobre sus intenciones, su saludo incial es un:

Hi, no trolls, no cybersex.

Ningún método es infalible, pero entrar a un lugar anunciando que no vas a tolerar agresiones ni proposiciones sexuales, resulta bastante disuasorio para los que solo quieren molestar.

Cuando me lo contó, me gustó tanto la idea que empecé a soñar con poder andar por la vida con una remera que dijera:

No tolero agresiones ni soy tu objeto sexual

No sé alguien la leería o  si  funcione en la vida real, pero después van a poder decir que no les avisé.

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Amanda y yo

– ¡Por fin terminé de escribir Amanda Stein!

Hija Menor aplaude. Seguramente considera que le dedicaba demasiado tiempo.
– ¿De qué se trata Amanda? -pregunta, interesada por primera vez en el tema.
– Amanda es la historia de una chica que busca un novio, -resumo en versión infantil. Pero, a pesar de todas sus aventuras, nunca llega a encontrarlo. Pero sí obtiene algo a cambio.
– ¿Qué? -pregunta ilusionada.
– Un blog.

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Me cuesta compartir tu dolor

Como disto de ser Carrie Bradshaw, mi adicción no pasa por los stilettos de Jimmy Choo, sino por tener las uñas divinas. Pero no todo es dedicarme a mi belleza. Incluídos en los trece pesos de la visita, mi manicura me presta revistas con chismes de la farándula para que lea mientras se me seca el esmalte.

Ahora que las miro con mayor regularidad, estoy conociendo un poco más a los famosos, pero lo más habitual es que no tenga idea de quiénes están hablando. Cuando dicen que Fulana y Zutano viven un apasionado romance (o se casan o tienen un hijo o se divorcian), no suelo reconocer  los nombres ni las fotos. Afortunadamente es común que el periodista, para evitar ser redundante, recurra luego a fórmulas como la famosa modelo y el futbolista, que me van aclarando el panorama.

De las notas que me llaman la atención, una de las más intrigantes son aquellas que tienen un título como:

  • Estoy destrozada por la enfermedad de mi papá.
  • Lo que pasé no se lo deseo a nadie.
  • Fulanita ante el peor momento de su vida
  • Se murió en mis brazos.

Ilustrando el relato del dolor que padece la entrevistada, aparecen varias fotos de la modelo/ vedette en cuestión posando en minitanga colaless, mostrando el culo (o las tetas o ambos) y mirando a cámara como diciendo: Vení papito, partime al medio.

Ok, yo entiendo que las famosas que viven de las fantasías que genera su cuerpo no pueden aparecer sin maquillaje y con el pelo hecho un asco para demostrar que están sufriendo.  Pero, así realmente me cuesta compartir tu dolor.

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