Archivo de la categoría: Hija Menor

Temas de seguridad

– Bajar cosas de internet no es robar -declara Hija Mayor . Vi una publicidad que dice que bajarte música es como robar un auto. Claro que no es así. Solo estás haciendo una copia. No es lo mismo que si fueras a un negocio y te robaras un CD.

Claro -coincide Hija Menor. Eso es mucho más peligroso que descargarlo a tu computadora.

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Con ojos de niña

– Mami, esas rayitas que tenés en el pelo ¿están hechas a propósito o es que te tiñeron mal?

¿Rayitas? Ah, seguramente Hija Menor se refiere a los reflejos dorados que mi estilista me hizo después de meses de asegurarme que eran exactamente el toque que necesitaba mi pelo.

– Me los hicieron a propósito.
No te ofendas, pero te quedan mal. Parecen canas.

Bueno, son opiniones. Ahora mi duda es si los niños dicen siempre la verdad o, a diferencia de su hermana, no estoy criando a una fashionista.

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Mi derecho

– Acabo de tirar el paquete de papas fritas, – me informa Hija Menor
– Pero las acabamos de comprar. ¿Qué tenían? ¿Estaban feas?
– Estaban verdes.
– Pero no habría que tirarlas. Tendría que llevarlas para reclamar, -digo mientras me enrosco en pensamientos del tipo de «debería ir a que me las cambien» vs «no tengo ganas de volver», aderezado con «¿Cinco pesos son mucho o poco?

Hija Menor no tiene dudas:
– Es tu derecho. Si querés lo usás y si no, no.

Un enfoque brillante.

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Volar

Hace unos meses tuve un dilema de aquellos que ojalá se presentasen más seguido. Tenía  puntos en la tarjeta para canjear por pasajes aéreos antes de que vencieran. ¿Dónde ir? ¿Qué hacer? En un previsible final feliz,  Hija Menor  y yo nos tomamos un avión a Bariloche.

Nos alojamos en un hotel a orillas del Lago Nahuel Huapi. Me habían dicho que en mayo y junio llovía mucho y no nos sorpendió el mal tiempo.

Las rosas del hotel

El hotel estaba a orillas del Lago Nahuel Huapi. Podíamos verlo desde el dormitorio y el living. Por un camino de piedras se podía bajar hasta el lago.

El lago permaneció inmutable durante el debut del equipo argentino en el Mundial.


Decidimos ir a Bariloche porque Hija Menor quería conocer la nieve. Todavía no había nevado en la ciudad, así que subimos al Cerro Catedral. Nos tocó un día con temperaturas bajo cero…

Cuando salimos del refugio, nevaba y el viento hacía que la nieve golpeara y encegueciera. No teníamos ropa térmica y descubrí que mi vestimenta usual, por más que tuviera puesto todo junto, no alcanzaba. Junté algo de nieve que nos arrojamos durante unos segundos. Solo los necesarios como para que Hija Menor no me pudiera reprochar durante el resto de su vida que no la dejé hacer una batalla de bolas de nieve.

Huí raudamente hacia el refugio, donde todavía hacía demasiado frío para mi gusto. Después de un rato, bajamos y buscamos un lugar donde calentarnos. En la base del cerro llovía intensamente, pero encontramos una casa de té donde tomamos chocolate caliente hasta que nos pasaron a buscar.

Al día siguiente, navegamos en el Victoria Andina por el lago Nahuel Huapi. No podíamos dejar de ir al Bosque de Arrayanes y ver la Casa de Bambi (la leyenda dice que Walt Disney se inspiró en ese lugar para crear el bosque de Bambi)

En el barco nos dijeron que el lago refleja los colores del ambiente.

Gris nublado

Un tono de verde por la vegetación de la Isla Victoria

Otro tono de verde

Último día en el cerro Otto. Antes de ir al aeropuerto, almorzamos en la confitería giratoria. El sector de las mesas da una vuelta completa cada veinte minutos mostrando este paisaje.

Finalmente, la vuelta. Cargando las piedras que Hija Menor había recogido de la orilla del lago y variadas formas de chocolate: trufas, en rama, noventa por ciento de cacao, figuras de ositos…

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Me parece haber visto un lindo gatito…

A pesar de mi indiferencia hacia los animales no humanos, demasiados gatos, perros, jerbos y canarios se han cruzado en mi vida. Al principio de los tiempos, cuando Hija Mayor era una niña, quería tener una mascota y ante mi negativa, terminamos negociando con un canario (Ringo Star, siempre estarás en nuestro recuerdo…).

Unos años después aparecieron una serie de jerbos. Más adelante, mi (ex) cónyuge, que adora los perros, venció mi resistencia de los últimos quince años y compró una schnauzer mini. Cuando nos divorciamos la tenencia de la perra me fue adjudicada en forma automática. Al principio la veía como otro de los problemas que me había dejado el divorcio, pero con el tiempo terminó siendo una especie de media hija más. Con la indudable ventaja de que cuando te molesta, la echás sin preocuparte del trauma que le puedas causar.

El úlimo Jueves Santo, paseando por el Parque Centenario, nos cruzamos con una chica que había encontrado una caja con cuatro o cinco gatitos abandonados. Tenían pocos días y todavía tenían los ojos cerrados. Estaba tratando de que alguien se los llevara y me conmovió  su desesperación. Terminamos llevándonos al más chiquito. Estuvimos toda Semana Santa alimentando al gatito con leche especial y una jeringa. Lo llevamos al veterinario y lo manteníamos con una bolsa de agua caliente. Sin embargo, la madrugada del lunes se pescó una infección respiratoria, mi hija lo vio mal, lo llevamos a una guardia a las tres de la mañana y falleció a las siete.

Aunque sabíamos que el gatito tenía pocas posibilidades de sobrevida cuando lo adoptamos, su muerte fue traumática para mis hijas, así que impusimos una nueva regla: «Nada de gatos lactantes». O dicho de otra manera, solo gatos con alta probabilidad de sobrevida.

Y así fue como, hace unos días llegó a casa Gato Genérico. Hace tan poco que lo tenemos que todavía no tiene nombre. Un amigo de Hija Mayor lo encontró en la calle, cariñoso pero esquelético y no teniendo más lugar en la casa entre sus gatos, perros y cacatúas, nos lo ofreció.

Gato Genérico llegó a mi casa, la exploró,  peleándose varias veces con mi perra durante el proceso y se dirigió la cama de Hija Mayor, quien lo acogió con gusto.  Pero, ¡ay! no todos somos tan amantes de las mascotas. Cuando entró en mi habitación y se subió a mi silla, en forma firme le dije «NO, esa es MI silla» y lo bajé.  Se volvió a subir y lo bajé.  Se volvió a subir y lo bajé. Se volvió a subir y lo bajé. Terminé por pensar que de todos modos, solo era la silla donde apoyo la ropa. Le puse una toalla vieja y lo dejé ahí.

Sin embargo, al parecer, la silla no era el objetivo final de Gato Genérico.

Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.
Inmediatamente, saltó a mi cama. Le dije NO y lo bajé.

Lo devolví por enésima vez  a la silla y le dije: «¿No te podés quedar en TU silla?

Hija  Mayor, que había escuchado todo el espisodio desde su cuarto, me replica divertida: «¿Desde cuando es SU silla?

Gato Genérico en su silla

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Post censurado y nuevo blog

El fin de semana estuve escribiendo un post conmovedor, maravillosamente emotivo y con delicados toques de humor (o eso es lo que me gusta pensar… déjenme soñar ;-)) sobre la primera menstruación de mi hija menor. Cuando estaba a punto de terminarlo, la protagonista, que nunca lee nada de lo que escribo y ni siquiera tiene muy en claro que tengo un blog, se acercó para pedirme que le secara el pelo. Mientras lo hacía, se quedó leyendo el monitor.

Apenas entendió de qué se trataba, se indignó, gritó y me exigió que lo borrara inmediatamente. Y no crean que se conformó con «Mover a la papelera», me obligó a seguir con «Borrar permanentemente». Así que el post de hoy se perdió para siempre y, obviamente, no lo voy a reescribir contra su voluntad.

Por ahora, se van a tener que conformar con saber que tengo un nuevo blog. Sí, ya sé. Soy la «Maru Botana»* de los blogs. Mi nuevo bebé se llama «Me lo contó una amiga» e intenta transmitir las charlas con mis amigas sobre el eterno misterio masculino.

*Para quienes no la conozcan, Maru Botana es una cocinera y conductora de la TV argentina, que se caracteriza por, prácticamente, parir un hijo por año. Ya va por el octavo. Su séptimo hijo falleció a los seis meses por una muerte súbita.

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Quidquid latine dictum sit, altum videtur

Hija Menor consulta con su hermana, cuál es la mejor manera de cumplir con su tarea con el mínimo esfuerzo. Hija Mayor responde:

– Canis mea studia domestica devoravit.
– ¿Cómo? -pregunto.
– Canis mea studia domestica devoravit -repite.
– No entiendo.
– El perro se comió mi tarea.
– Pero, ¿por qué en latín?

Quidquid latine dictum sit, altum videtur

Porque todo lo que se dice en latín suena más elevado. De otro modo, es una excusa demasiado vieja 😉

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Amanda y yo

– ¡Por fin terminé de escribir Amanda Stein!

Hija Menor aplaude. Seguramente considera que le dedicaba demasiado tiempo.
– ¿De qué se trata Amanda? -pregunta, interesada por primera vez en el tema.
– Amanda es la historia de una chica que busca un novio, -resumo en versión infantil. Pero, a pesar de todas sus aventuras, nunca llega a encontrarlo. Pero sí obtiene algo a cambio.
– ¿Qué? -pregunta ilusionada.
– Un blog.

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Pedagogía de entrecasa

Después de un intenso episodio de búsqueda contrarreloj, los libros que Hija Menor tenía que devolver a la biblioteca, parecían haber pasado a la Dimensión Desconocida. ¿Dónde los había dejado? Su única respuesta era  Ni idea, hasta que entre mis gritos y amenazas recordó adónde estaban.

Con los libros en la mano le dije sarcásticamente: Ahora te quiero más. ¡Uy! Tantos años leyendo la Ser Padres, para atacar de esa manera la delicada psique de una niña… Por lo cual agregué: Querer te quiero siempre, digamos que ahora me caés más simpática 🙂

Hija Menor me mira y responde: Ya sé que me querés siempre. A veces me querés y otras me querés matar.

¡Qué suerte que lo haya entendido!

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Moraleja extraída del cumpleaños de Hija Menor

Cuando vayas a regalar algo feo, chico y que te querés sacar de encima, dejá el regalo sin identificación. En estos casos, una hermosa tarjeta de felicitaciones sobra.

Corrés el riesgo de que la madre de la cumpleañera vaya el negocio para cambiarlo (¡por cualquier cosa, por Dios! Siempre va a ser mejor que eso) y allí le digan con un gesto de desprecio:

¿Eso? Sí, es de acá,  pero hace un montón que no lo trabajamos. Imposible hacer el cambio

Y ella va a saber de quién vino el regalo. No te conviene, creéme. Puede tentarse y en lugar de donarlo a la iglesia, volver a regalárselo a tu hija en su próximo cumpleaños.

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